Carta firmada por Jerónimo
Gutiérrez, pidiendo clemencia.
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Si hoy tenemos noticias
de Jerónimo Gutiérrez del Pozo, boticario en Garcinarro, es por los papeles del
Santo Oficio que vino a prenderlo acusándolo de bigamia en el año del señor de
1584, con 22 años más o menos. Bueno, por los papeles del Santo Oficio y porque
los desempolvó y divulgó –junto a otros papeles– Mª Luisa González Sánchez en
su tesis doctoral sobre la historia de la farmacia en la provincia de Cuenca .[1]
El joven boticario había nacido
en Huete, donde se crió y fue educado en sus primeros años por un maestro llamado
Vera. Además, recibió estudios de latinidad que le enseñó otro maestro de Santa
Cruz, también vecino de Huete. Así que, no podemos negar –aunque haya algunos garcinarreros
que aún no lo crean– que también hubo muy buenos maestros en la ciudad optense,
que no sometían a sus alumnos a castigos indecorosos tales como chupar las puertas
de arriba a abajo u otras barbaridades que por aquí se relatan.
Jerónimo marchó de Huete a los
quince años, iniciando un periplo por varias localidades de Andalucía: Sevilla,
Osuna, Utrera, Ronda, Puerto de Santa María, Jerez de la Frontera, Cádiz. En
cada una de ellas se detenía como un mes en casa de algún boticario y así, trabajando
con ellos, aprendió el oficio, volvió a su tierra y abrió botica en Garcinarro.
Sin duda, su establecimiento era
importante, y él un hombre docto y preocupado por su oficio, a juzgar por los utensilios
y los libros que allí se hallaban: El “Manípulus
Medicinarum” de Fernando de Sepúlveda, El “Antidotario” de Nicolao
Prepósito, la “Materia Medicinal” de Dioscórides en romance, el “Dechado
y reformación de todas las medicinas compuestas usuales” de Alonso de
Jubera y un "La Farmacopea" de no sé qué autor.
Hacia 1581, Jerónimo volvió a
Osuna a visitar a su hermano Andrés, que también era boticario de aquella villa.
Allí tuvo 'conocimiento carnal' (como describen los papeles del Santo
Oficio) con una moza llamada Luisa de Pasillas. Acto seguido, la susodicha debió
de dar secreta causa de ello (como si ella no hubiera gozado también de ese 'conocimiento'),
pues la justicia prendió al boticario de Garcinarro sin tardanza, le puso
grillos y lo condenó a galeras.
Llevaba Jerónimo un año en el
calabozo cuando se le acercó un hombre y le dijo que si no se casaba con Luisa,
le habría de tirar un escopetazo que le matase. Así que después de un año preso
–y ahora atemorizado– aceptó el casorio con tal de salir de allí. Una noche
poco antes de Semana Santa, el alguacil de la villa y cinco guardias lo
condujeron engrillado a la casa de Juan Pasillas, que esperaba con su hija
Luisa y un clérigo de la Iglesia Mayor, quien los desposó y entonces lo
soltaron y dejaron a la pareja en aquella casa.
No pasó mucho tiempo sin que
Jerónimo regresara a su tierra, dejando a Luisa en Osuna. Allí, estando en casa
de su madre, recibió una carta en la que le comunicaban la muerte de su esposa.
Hombre joven, como era, con buen porvenir, vino a casarse de nuevo el 25 de
noviembre de 1583; esta vez con una mujer llamada Catalina, hermana de Gregorio
Matute, cura de Torrejoncillo.
Jerónimo y Catalina hicieron
vida marital en Torrejoncillo durante cuatro meses, hasta que él se fue a vivir
a Garcinarro, para atender su botica, que –en su ausencia– dejaba al recaudo
de su mozo y del Licenciado Mena, médico de esta aldea, con el expreso encargo
de que sus cuñados no sacasen ninguna vianda de ella. ¡Así son los cuñaos!
Entretanto, quiso el azar –o
habrá quien piense que la providencia, que en la mitad de las ocasiones es así
de puta– que un mercader de Huete y su criado, que vendían azafrán por tierras
de Sevilla, fueran un día a dar en un mesón de Osuna con Andrés Gutiérrez, el hermano de Jerónimo. Éste preguntó por su familia conquense, y los
de Huete le contaron que Jerónimo se había casado con una mujer de Torrejoncillo,
que por aquel entonces andaba ya preñada. La mesonera y su hija, que lo oyeron,
quedaron muy sorprendidas, pues al parecer Luisa de Pasillas seguía viva y no
muerta, como creía el boticario de Garcinarro.
Los papeles de la inquisición
no dan detalles de quién, ni dónde se puso la denuncia contra Jerónimo Gutiérrez;
pero lo cierto es que éste fue detenido y juzgado por un tribunal del Santo Oficio de
Cuenca, llevando como testigos a varias personas, entre las que no se encontraban
ni Luisa de Pasillas, ni nadie que la representara o fuera testigo de que aún
estaba viva. Con todo eso, sentenciaron:
“...le mandamos que el día del
auto público de la fe salga (...) con los otros penitentes en cuerpo sin cinto
ni bonete e con una vela de cera en las manos, una soga en el pescuezo una
corona en la cabeza con insignias de dos veces casado y allí le sea leída su
seña públicamente (...). Acabado el auto sea sacado caballero en un asno,
desnudo de la cinta arriba con la dicha soga y traído por las calles públicas
acostumbradas de esta ciudad con voz de pregonero y publique su delito; le sean
dados cien azotes y le desterramos y habemos por desterrado a las galeras de
S.M. en las cuales sirva de galeote al remo y sin sueldo por tiempo y término
de tres años’’.
Como dictó la sentencia,
Jerónimo fue azotado; pero un año más tarde seguía aún en prisión, con una
salud muy delicada. El 19 de noviembre de 1585, Andrés Peñalver, boticario de
Torrejoncillo, escribió una carta en su nombre suplicando al Santo Tribunal que
le enviaran un médico y que retrasaran la condena hasta que Jerónimo recuperara
la salud.
Atendiendo a esta petición, fue
a visitarlo el Ldo. Francisco Parrilla, médico de Cuenca, quien desaconsejó el
traslado del preso a galeras por peligro de muerte. Jerónimo estaba
continuamente con fiebres y Parrilla ordenó que le practicaran unas sangrías y
tomara un jarabe para purgarse. Lejos de mejorar, Jerónimo cayó aun más
enfermo. Al parecer, las heridas de las sangrías en una pierna se habían
gangrenado. Parrilla –al fin y al cabo médico de Cuenca– siguió abundando en su
herida y le extrajo varios huesos.
Sin embargo el tratamiento
médico no conseguía mejorar la salud de Jerónimo. Varios informes de otros
tantos galenos exponían la salud crítica del boticario y la mala praxis de Parrilla que
habían provocado aún más su pena. Tenía una pierna casi seca, tres dedos del
pie inmovilizados, fiebres y vómitos continuos, etc. Ante tan mala situación, Jerónimo seguía suplicando la conmutación de la pena:
“Jerónimo Gutiérrez, boticario
y vecino de Garcinarro, jurisdicción de
la ciudad de Huete, preso en la cárcel Real de la ciudad de Cuenca, ante V. Altª por la vía que más me convenga digo
que (...) al presente estoy muy debilitado y flaco y tengo una pierna mala que
casi no la mando, que no puedo servir a V Altª. en las dichas galeras y la
lesión que tengo en la pierna es perpetua porque me han sacado muchos huesos de
ella como todo muy claro consta y parece por lo dicho de los médicos y
cirujanos (...) suplico se conmute la
dicha pena en otra cual V.Altª. fuese servido que se hará (...)’’.
Sin embargo, el Santo Tribunal –inclemente– se ratificó en la
sentencia el 13 de Febrero de 1587.
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