lunes, 24 de noviembre de 2014

A la caza del turista


Parece que el fomento del turismo es la mejor idea que se les ocurre a los políticos para reavivar la economía nacional o sostener la vida rural. Quizás, ésto es porque España ha sido capaz de ofrecer variados y exitosos reclamos turísticos. Tanto el turismo sexual, como el de borrachera y balconing están dando excelentes resultados en la costa mediterránea para atraer veraneantes extranjeros; mientras que, en el interior, el turismo cultural ha batido records de visitantes con el Ecce homo de Borja (Zaragoza), cuya imagen ha dado la vuelta al mundo gracias a la fantástica restauración de doña Cecilia. Tampoco debemos olvidar la reputación nacional e internacional que están logrando ofertas de alto standing, que combinan la caza mayor y la prostitución en las provincias  castellano-manchegas de Ciudad Real y Toledo, haciendo bueno el eslogan donde pongo el ojo, pongo la bala.

Como vemos, las opciones turísticas son múltiples en todo el país; pero también es verdad que no todas las propuestas son aplicables en todos los lugares, ni para cualquier clase de turista. Por eso, para promocionar el turismo local, hay que conocer bien lo que podemos ofrecer en función del tipo de viajero que nos pueda visitar. Por poner un ejemplo, sería un disparate si la extensa red de puticlubs que armoniza tan bien con la actividad cinegética de Ciudad Real, la trasladáramos al Camino de Santiago para desahogo de los peregrinos. 


Lo primero que debemos hacer para desarrollar un buen plan turístico es saber quiénes son los turistas. Personalmente, me ha costado mucho saber lo que es un turista porque, cuando yo era niño, a los turistas que venían a Garcinarro los llamábamos forasteros. Es verdad que no todos los que venían de fuera eran necesariamente turistas; pero la palabra forastero tenía un uso reservado casi en exclusiva para ellos. Por ejemplo, si alguien venía a comprar o vender algo no lo llamábamos forastero, sino viajante o cualquier otro nombre común dependiendo de su ocupación. Así, había almendreros, pellejeros, quinquilleros, estañadores, afiladores, entre otros; además de señores que eran unos hombres con traje que venían a hacer algo que suponíamos importante, aunque no supiéramos qué. A los que venían de los pueblos vecinos los llamábamos por su gentilicio; morcilleros si eran de Mazarulleque, 'güeteños' de Huete, etc. La palabra forastero la reservábamos más bien para la gente ociosa que procedía de un lugar incierto. Había dos clases de forasteros dependiendo de su aspecto. Por un lado estaban los que tenían mala apariencia, que eran seguramente vagos y maleantes. No es que lo diga yo, lo decía La Ley y los vigilaba la guardia civil. Por otro lado, estaban los que tenían buena presencia que, si bien, no los acechaba la benemérita, eran objeto de la mirada curiosa y descarada de todo el pueblo. Éstos debían de ser los turistas; pero, claro, no los llamábamos turistas, sino forasteros, porque el concepto de turista no nos era familiar. Habíamos oído hablar en la radio y en la televisión (y algunos en el No-Do) de las turistas suecas que venían a bañarse a las costas españolas; sin embargo, casi nadie había conocido a una mujer en bikini, y muchos de nosotros ni siquiera habíamos visto el mar.

Los tiempos han cambiado y ya todos hemos hecho de turista alguna vez, aunque sólo haya sido para ir al salón de algún hotel, en uno de esos viajes 'gratuitos' que se organizaban para vendernos una biblia encuadernada en cuero envejecido, una enciclopedia de Mesopotamia o unas mantas y sábanas de franela. Turismo también es eso; pues, como dice la RAE, turismo es viajar por placer. Cualquiera que haya pasado una noche de los fríos inviernos de nuestro pueblo, habrá comprendido porque esos viajes comerciales son de turismo; porque, en esos gélidos momentos, no hay mayor placer que acostarse bajo las mantas y entre las sábanas de franela que compramos en el salón de aquel hotel. Claro que, si solo has comprado la biblia o la enciclopedia de Mesopotamia, es posible que no hayas entendido nada del concepto de turismo. No te preocupes, cuando yo creía saber lo que era un turista, también me he dado cuenta que no tenía ni idea; pues, ahora, los que trabajan ese negocio han pervertido la palabra, se han olvidado del placer y se han fijado en 'la pasta'. Ellos consideran turista a cualquiera que gasta dinero cuando viaja fuera de su localidad de residencia. Así, un turista, para el Instituto de Turismo de España, también puede ser quien va al entierro de un amigo/familiar fuera de su localidad, el estudiante que se va a realizar los estudios fuera de su casa, o el/la trabajador/a que trasladan temporalmente a otro pueblo o ciudad y tiene que comer o dormir fuera de su domicilio habitual.

Ese cambio conceptual de "placer por pasta" es lo que ha transformado el fenómeno turístico moderno, afectando a dos aspectos principalmente: Por un lado, a las políticas de inversión; pues, ahora, las inversiones en patrimonio cultural, natural o en servicios públicos  no dependen tanto del valor intrínseco del bien o del servicio en sí, como del beneficio turístico que se pueda obtener. Teniendo en cuenta que ese beneficio es algo difuso (no se sabe quién lo obtiene), es difícil comprender los motivos de algunas de las actuaciones que hacen las administraciones públicas para atraer visitantes. Parece que lo que interesa son las infraestructuras grandes y, sobre todo, nuevas, que mueven ingentes cantidades de dinero y de comisiones. Un ejemplo muy evidente es la construcción de aeropuertos inservibles o la política ferroviaria, que destina el 87% de su inversión a las líneas de alta velocidad que utilizan sólo el 2% de los usuarios del tren; mientras que el 13% de las inversiones deben cubrir las necesidades del resto de pasajeros (98%). Así, con esa visión de las cosas, pretenden desmantelar líneas regionales como la de Madrid-Cuenca-Valencia, porque la entienden como un negocio ruinoso y no como servicio público para los que viven o vienen habitualmente a los pueblos de esta región. No entiendo que la diputación o los ayuntamientos afectados no estén haciendo algo más por la defensa de estos servicios; o , por ejemplo, que el Plan de Mejoras de Infraestructuras Turísticas (Plamit) de la Diputación Provincial de Cuenca se haya olvidado recuperar la estación de tren de Huete que cumplirá 130 años en 2015. Esta estación, además de ser un edificio con más solera que otros de los que se va a ocupar el Plamit, está dando un importante servicio público.

Por otro lado, ese cambio conceptual de lo que tiene que ser el turismo, ha hecho que nos importe poco cómo es el turista de ahora; lo único que parece interesarnos es que éste gaste parte de su dinero. Por ejemplo, si un maleante, que previamente ha pasado a Jabalera o a Mazarulleque a robar, viniera a Garcinarro a emborracharse, sería un turista tanto mejor acogido cuanto mayor sea el importe de las bebidas que consume; que, imagino, irá en proporción al tamaño del hurto. Ese ejemplo parece un disparate, pero es lo que está sucediendo en Marbella con las mafias internacionales o en los paraísos fiscales de todo el mundo con honorables traficantes de drogas, armas, especuladores y políticos a comisión.

Quizás con esto del turismo no debamos perder el Norte pensando que es la panacea para mantener vivos nuestros pueblos; pues para que venga turismo a una localidad, lo primero que se necesita es que esta localidad ya esté viva. Si las administraciones centrales, regionales, provinciales o locales quieren hacer algo más que una política de hipocresía para mantener la actividad rural, quizás deberían empezar por no desmantelar (sino potenciar) los servicios básicos como son la asistencia social, la sanidad, la escuela o el transporte público, que facilitan la vida de la gente que vive aquí. Quizás tendrían que invertir muchísimo más en actividades culturales y de ocio; no ya para los turistas, sino para los mismos lugareños.


Además, si pensamos en el turismo, quizás deberíamos reconsiderar lo qué es hoy en día un turista, sin dejarnos llevar por estereotipos. Los turistas que hoy vienen mayoritariamente a los pueblos de Cuenca no son extranjeros o de un origen incierto, sino gente que se crió aquí y, un día, tuvo que marcharse fuera a trabajar; también, sus hijos y nietos, que siguen sintiéndose del pueblo a pesar de que el padrón municipal diga que no lo son, que son turistas. Esta clase de turistas, llamémosles 'autóctonos', son seguramente los que más noches pernoctan, los que más dinero se dejan y los que más contribuyen al desarrollo de los pueblos en todos los ámbitos. Quizás, las administraciones también deberían apostar por ellos que, por cierto, seguramente demandan servicios muy similares a los que necesita la población local. Si se consigue que el 'turista autóctono' permanezca más tiempo en el pueblo, y no solo los días de la fiesta, puede que se haya contribuido verdaderamente al desarrollo rural.


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