Parece que el
fomento del turismo es la mejor idea que se les ocurre a los políticos para
reavivar la economía nacional o sostener la vida rural. Quizás, ésto es porque España ha
sido capaz de ofrecer variados y
exitosos reclamos turísticos. Tanto el turismo sexual, como el de borrachera y
balconing están dando excelentes resultados en
la costa mediterránea para atraer veraneantes extranjeros; mientras que, en el
interior, el turismo cultural ha batido records de visitantes con el Ecce homo de Borja (Zaragoza), cuya imagen ha dado la
vuelta al mundo gracias a la fantástica restauración de doña Cecilia. Tampoco
debemos olvidar la reputación nacional e internacional que están logrando
ofertas de alto standing, que combinan la caza mayor y la prostitución en las provincias castellano-manchegas de Ciudad Real y Toledo, haciendo bueno
el eslogan donde pongo el ojo, pongo la bala.
Como vemos,
las opciones turísticas son múltiples en todo el país; pero
también es verdad que no todas las propuestas son aplicables en todos los
lugares, ni para cualquier clase de turista. Por eso, para promocionar el
turismo local, hay que conocer bien lo que podemos ofrecer en función del tipo de viajero que nos pueda visitar. Por poner un ejemplo, sería un disparate
si la extensa red de puticlubs que armoniza tan bien con la actividad
cinegética de Ciudad Real, la trasladáramos al Camino de Santiago para desahogo
de los peregrinos.
Lo primero que debemos hacer para desarrollar un buen plan turístico es saber quiénes son los turistas. Personalmente, me ha costado mucho saber lo que es un turista porque, cuando yo era niño, a los turistas que venían a Garcinarro los llamábamos forasteros. Es verdad que no todos los que venían de fuera eran necesariamente turistas; pero la palabra forastero tenía un uso reservado casi en exclusiva para ellos. Por ejemplo, si alguien venía a comprar o vender algo no lo llamábamos forastero, sino viajante o cualquier otro nombre común dependiendo de su ocupación. Así, había almendreros, pellejeros, quinquilleros, estañadores, afiladores, entre otros; además de señores que eran unos hombres con traje que venían a hacer algo que suponíamos importante, aunque no supiéramos qué. A los que venían de los pueblos vecinos los llamábamos por su gentilicio; morcilleros si eran de Mazarulleque, 'güeteños' de Huete, etc. La palabra forastero la reservábamos más bien para la gente ociosa que procedía de un lugar incierto. Había dos clases de forasteros dependiendo de su aspecto. Por un lado estaban los que tenían mala apariencia, que eran seguramente vagos y maleantes. No es que lo diga yo, lo decía La Ley y los vigilaba la guardia civil. Por otro lado, estaban los que tenían buena presencia que, si bien, no los acechaba la benemérita, eran objeto de la mirada curiosa y descarada de todo el pueblo. Éstos debían de ser los turistas; pero, claro, no los llamábamos turistas, sino forasteros, porque el concepto de turista no nos era familiar. Habíamos oído hablar en la radio y en la televisión (y algunos en el No-Do) de las turistas suecas que venían a bañarse a las costas españolas; sin embargo, casi nadie había conocido a una mujer en bikini, y muchos de nosotros ni siquiera habíamos visto el mar.
Lo primero que debemos hacer para desarrollar un buen plan turístico es saber quiénes son los turistas. Personalmente, me ha costado mucho saber lo que es un turista porque, cuando yo era niño, a los turistas que venían a Garcinarro los llamábamos forasteros. Es verdad que no todos los que venían de fuera eran necesariamente turistas; pero la palabra forastero tenía un uso reservado casi en exclusiva para ellos. Por ejemplo, si alguien venía a comprar o vender algo no lo llamábamos forastero, sino viajante o cualquier otro nombre común dependiendo de su ocupación. Así, había almendreros, pellejeros, quinquilleros, estañadores, afiladores, entre otros; además de señores que eran unos hombres con traje que venían a hacer algo que suponíamos importante, aunque no supiéramos qué. A los que venían de los pueblos vecinos los llamábamos por su gentilicio; morcilleros si eran de Mazarulleque, 'güeteños' de Huete, etc. La palabra forastero la reservábamos más bien para la gente ociosa que procedía de un lugar incierto. Había dos clases de forasteros dependiendo de su aspecto. Por un lado estaban los que tenían mala apariencia, que eran seguramente vagos y maleantes. No es que lo diga yo, lo decía La Ley y los vigilaba la guardia civil. Por otro lado, estaban los que tenían buena presencia que, si bien, no los acechaba la benemérita, eran objeto de la mirada curiosa y descarada de todo el pueblo. Éstos debían de ser los turistas; pero, claro, no los llamábamos turistas, sino forasteros, porque el concepto de turista no nos era familiar. Habíamos oído hablar en la radio y en la televisión (y algunos en el No-Do) de las turistas suecas que venían a bañarse a las costas españolas; sin embargo, casi nadie había conocido a una mujer en bikini, y muchos de nosotros ni siquiera habíamos visto el mar.
Los tiempos
han cambiado y ya todos hemos hecho de turista alguna vez, aunque sólo haya
sido para ir al salón de algún hotel, en uno de esos viajes 'gratuitos' que se
organizaban para vendernos una biblia encuadernada en cuero envejecido, una enciclopedia de Mesopotamia o unas
mantas y sábanas de franela. Turismo también es eso; pues, como dice la RAE, turismo es viajar por placer. Cualquiera que haya pasado una noche
de los fríos inviernos de nuestro pueblo, habrá comprendido porque esos viajes
comerciales son de turismo; porque, en esos gélidos momentos, no hay mayor placer
que acostarse bajo las mantas y entre las sábanas de franela que compramos en el salón de aquel hotel.
Claro que, si solo has comprado la biblia o la enciclopedia de Mesopotamia, es
posible que no hayas entendido nada del concepto de turismo. No te preocupes, cuando
yo creía saber lo que era un turista, también me he dado cuenta que no tenía ni
idea; pues, ahora, los que trabajan ese negocio han pervertido la palabra, se
han olvidado del placer y se han fijado en 'la pasta'. Ellos consideran turista
a cualquiera que gasta dinero cuando viaja fuera de su localidad de residencia.
Así, un turista, para el Instituto de Turismo de España, también puede ser
quien va al entierro de un amigo/familiar fuera de su localidad, el estudiante
que se va a realizar los estudios fuera de su casa, o el/la trabajador/a que
trasladan temporalmente a otro pueblo o ciudad y tiene que comer o dormir fuera
de su domicilio habitual.
Ese cambio
conceptual de "placer por pasta" es lo que ha transformado el
fenómeno turístico moderno, afectando a dos aspectos principalmente: Por un lado, a las políticas de
inversión; pues, ahora, las inversiones en patrimonio cultural, natural o en
servicios públicos no dependen tanto del valor intrínseco del bien o del
servicio en sí, como del beneficio turístico que se pueda obtener. Teniendo en
cuenta que ese beneficio es algo difuso (no se sabe quién lo obtiene), es
difícil comprender los motivos de algunas de las actuaciones que hacen las
administraciones públicas para atraer visitantes. Parece que lo que interesa
son las infraestructuras grandes y, sobre todo, nuevas, que mueven ingentes
cantidades de dinero y de comisiones. Un ejemplo muy evidente es la
construcción de aeropuertos inservibles o la política ferroviaria, que destina
el 87% de su inversión a las líneas de alta velocidad que utilizan sólo el 2%
de los usuarios del tren; mientras que el 13% de las inversiones deben cubrir
las necesidades del resto de pasajeros (98%). Así, con esa visión de las cosas, pretenden desmantelar líneas
regionales como la de Madrid-Cuenca-Valencia, porque la entienden como un
negocio ruinoso y no como servicio
público para los que viven o vienen habitualmente a los pueblos de esta región.
No entiendo que la diputación o los ayuntamientos afectados no estén haciendo
algo más por la defensa de estos servicios; o , por ejemplo, que el Plan de Mejoras
de Infraestructuras Turísticas (Plamit) de la Diputación Provincial de Cuenca se
haya olvidado recuperar la estación de tren de Huete que cumplirá 130 años en 2015. Esta estación, además de
ser un edificio con más solera que otros de los que se va a ocupar el Plamit, está dando un importante
servicio público.
Por otro
lado, ese cambio conceptual de lo que tiene que ser el turismo, ha hecho que nos importe poco cómo es el
turista de ahora; lo único que parece interesarnos es que éste gaste parte de su dinero. Por ejemplo, si un maleante, que previamente ha pasado a Jabalera o a Mazarulleque a robar, viniera a Garcinarro a
emborracharse, sería un turista tanto mejor acogido cuanto mayor sea el importe
de las bebidas que consume; que, imagino, irá en proporción al tamaño del hurto.
Ese ejemplo parece un disparate, pero es lo que está sucediendo en Marbella con
las mafias internacionales o en los paraísos fiscales de todo el mundo con
honorables traficantes de drogas, armas, especuladores y políticos a comisión.
Quizás con
esto del turismo no debamos perder el Norte pensando que es la panacea para mantener vivos nuestros pueblos; pues para que venga turismo a una localidad, lo primero que se necesita es que esta localidad ya esté viva. Si las
administraciones centrales, regionales, provinciales o locales quieren hacer
algo más que una política de hipocresía para mantener la actividad rural,
quizás deberían empezar por no desmantelar (sino potenciar) los servicios
básicos como son la asistencia social, la sanidad, la escuela o el transporte
público, que facilitan la vida de la gente que vive aquí. Quizás tendrían que
invertir muchísimo más en actividades culturales y de ocio; no ya para los
turistas, sino para los mismos lugareños.
Además, si
pensamos en el turismo, quizás deberíamos reconsiderar lo qué es hoy en día un
turista, sin dejarnos llevar por estereotipos. Los turistas que hoy vienen mayoritariamente a los pueblos de Cuenca no son
extranjeros o de un origen incierto, sino gente que se crió aquí y, un día, tuvo
que marcharse fuera a trabajar; también, sus hijos y nietos, que siguen sintiéndose del pueblo a pesar de que el padrón municipal diga
que no lo son, que son turistas. Esta clase de turistas, llamémosles 'autóctonos', son
seguramente los que más noches pernoctan, los que más dinero se dejan y los que
más contribuyen al desarrollo de los pueblos en todos los ámbitos. Quizás, las administraciones también
deberían apostar por ellos que, por cierto, seguramente demandan servicios muy
similares a los que necesita la población local. Si se consigue que el 'turista
autóctono' permanezca más tiempo en el pueblo, y no solo los días de la fiesta,
puede que se haya contribuido verdaderamente al desarrollo rural.
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