domingo, 3 de febrero de 2013

Bienvenido Mr. don Paco


No sólo Villar del Río tuvo un Mr. Marshall, Garcinarro disfrutó del suyo propio y particular. Recuerdo una tarde soleada de la primavera de 1970, que a poco más de las tres, cuando acabábamos de entrar en la escuela, vinieron a llamarnos para que todos los chavales  acudiéramos a la plaza a recibir a una ilustre persona que venía de Madrid. Ni más ni menos que "don Paco", como cariñosamente lo conocíamos en el pueblo, o don Francisco Ruiz-Jarabo como rezaba y todavía reza en dos placas colgadas en la plaza que le dan nombre.

Debía de ser un acontecimiento muy importante, pues había venido hasta la Televisión Española; la misma que retransmitía los discursos de Franco por navidad, la misma que echaba los partidos de futbol de la selección española, la misma que había emitido la llegada del primer hombre a la luna, la única televisión que se veía por entonces en este país. No podíamos creer que estuviera grabando en nuestro pueblo, con la plaza tan abarrotada como en los días de galopeo de las fiestas del San Isidro de entonces.

El chico del tío lucero llevaba una pancarta que proclamaba "VIVA DON PACO" y nadie lo aporreó, ni le pidieron el carnet, ni lo detuvieron, a pesar de que el muchacho no paraba de jalear. Es más, lo sacaron en la tele; para que luego digan que con Franco no podíamos manifestarnos. Además, se ve que le tomó gusto a las cámaras y empezó a ir a los fines de año de la Puerta del Sol, donde no sólo tomaba las uvas, también atraía la atención de las cámaras de televisión con otras pancartas de diferente lema, para tranquilidad de don Ruiz-Jarabo.

Quedamos boquiabiertos viendo la llegada a Garcinarro de  una persona tan insigne en lujoso coche negro y escoltado por otros coches de similar distinción. Éste era un pueblo de calles de tierra o de barro, dependiendo de si había llovido o no; carente de agua corriente y el único alumbrado público consistía en alguna que otra bombilla de no más de 60 vatios, que se esforzaban por iluminar en un par de esquinas de la plaza, en la puerta de la iglesia, en la calle del alcalde y en la de don Arturo; que, por cierto, también llevaba el don unido al Arturo por tener el singular mérito de ser soberbiamente rico. Por el contrario, por aquel entonces, nos sentíamos orgullosos de don Paco por ser, además de rico, ilustre y nacido aquí.

Teníamos muy presente que otros menos ilustres que él, de lugares iguales o más pequeños, habían tirado de influencias (o de algún fondo reptiles) para pavimentar calles, poner farolas, hacer alcantarillas y llevar el agua corriente a sus pueblos. No suponíamos de este hombre ni más, ni menos virtud, con lo cual sería suficiente. Ese pensamiento unánime (entonces todos los pensamientos tenían que ser unánimes) nos mantenía expectantes a las puertas del ayuntamiento hasta que salieron al balcón los alcaldes de Garcinarro, Mazarulleque, Jabalera, el presidente de la diputación de Cuenca y el señor don Paco. En definitiva: las autoridades, con las que todos, al unísono, aclamamos repetidamente: "viva don Paco". 

No recuerdo si hubo palabras previas de algún edil; que si las hubo quiero imaginar que fueron como las de Pepe Isbert en el balcón del ayuntamiento de Villar del Río : Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar.



Lo que sí recuerdo fue el discurso de don Paco que, como Manolo Morán, fue directo al grano y supo decirnos lo que esperábamos oír: Os voy a traer el agua de donde haga falta, voy a poner farolas y a pavimentar las calles.

Finalmente, se ofreció un piscolabis en el ayuntamiento para los hombres, como dios mandaba; que de haber entrado mujeres se hubiera podido dar una imagen de guateque que disgustara al generalísimo.

Dado que todo quedó serio y solemne, se dio noticia del evento al día siguiente en el telediario de las nueve, que era el de más audiencia. Como dijo el informativo y más tarde el BOE, los ediles de los tres pueblos vecinos (Garcinarro, Mazarulleque y Jabalera) estuvieron de acuerdo por unanimidad en unir sus ayuntamientos en uno, y ponerle al municipio resultante el nombre de aquel honorable prohombre: 'Puebla de don Francisco'. De haber hecho justica a tan señalado momento, le deberían haber puesto 'Puebla de don Paco', que resultaba mucho más cercano, campechano y popular; pero es posible que hubiera sido mal interpretado por los extranjeros, ahora que el turismo estaba en boga y hasta franceses, belgas y alemanas venían a aparcar sus caravanas o plantar sus tiendas de campaña a orillas de 'los mares de castilla', a unos pocos kilómetros del ahora tan extenso término municipal.

A don Paco -hombre distinguido y profeta hasta en su tierra- lo nombraron ministro de justicia algún tiempo después. Hay quien pensó que aquella tarde de exaltación popular tuvo su peso en este nombramiento, al ver el generalísimo lo querido que un hombre puede ser en su pueblo. Si bien, quienes conocían al caudillo, dicen que estaba más preocupado por mantener el equilibrio entre las diferentes facciones del Movimiento Nacional (ejercito, clero, Falange) que por los nombres o cualidades (que no debían faltarles) de sus ministros.

Si don Paco se acordó alguna vez más de estos pueblos, no nos quedó constancia. Los años corrían pero el agua todavía no; había que ir a buscarla al pozo o la plaza que estaba más cerca; aunque esta última era de peor calidad y sólo se usaba para lavarnos o fregar. Resultó una ironía ver que venían grandes perforadoras a hacer  prospecciones petrolíferas a lo largo de la vega del río Jabalera; pero ni un sólo pinchazo para buscar el tan preciado líquido elemento de uso doméstico. Se decía que no había agua, o que había mucha y muy mala.

Llegaron los días en los que don Paco dejó de ser ministro, Franco se murió, se aprobó una constitución democrática, se celebraron varias elecciones generales y hasta municipales. Eran años difíciles para el gobierno del país, porque se permitía la libertad de expresión cuando la gente todavía tenía capacidad de pensar y ganas de hablar alto y claro, aún sin saber idiomas o disponer de internet. A principios de los  80, Juan María -vecino querido en este pueblo- ideó un lema para las fiestas que resumía el sentir general: "Garcinarro, poca agua y mucho barro, ¡vaya pueblo, pero es mi pueblo!". Así que, por la hartura (o paciencia, según se mire) de los vecinos y la insistencia del primer alcalde de la democracia, Daniel Cantero, finalmente se logró que Garcinarro y Mazarulleque tuvieran farolas en las calles y agua corriente en las casas. Fueron los últimos pueblos de la provincia de Cuenca en conseguirlo; hecho que sucedió allá por 1982, si la memoria no me falla.

En el pueblo cada uno lo celebramos de alguna manera. Eufemio hizo una coplilla a ritmo de jota para tan esperado momento:

¡Qué bonito es Garcinarro!
con la luz léctrica dada,
ya sólo nos falta el trénede
para parecer ciudada.

Y para que no quedara tan corta, añadió una segunda estrofa que también hablaba de la sociedad de la época; pero eso es otra historia.

1 comentario:

  1. Me parece una crónica excelente. La he descubierto con retraso, pero la aplaudo cordialmente,

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