No
sólo Villar del Río tuvo un Mr. Marshall, Garcinarro disfrutó del suyo propio y
particular. Recuerdo una tarde soleada de la primavera de 1970, que a poco más
de las tres, cuando acabábamos de entrar en la escuela, vinieron a llamarnos
para que todos los chavales acudiéramos
a la plaza a recibir a una ilustre persona que venía de Madrid. Ni más ni menos
que "don Paco", como cariñosamente lo conocíamos en el pueblo, o don Francisco
Ruiz-Jarabo como rezaba y todavía reza en dos placas colgadas en la plaza que
le dan nombre.
Debía
de ser un acontecimiento muy importante, pues había venido hasta la Televisión
Española; la misma que retransmitía los discursos de Franco por navidad, la
misma que echaba los partidos de futbol de la selección española, la misma que había
emitido la llegada del primer hombre a la luna, la única televisión que se veía
por entonces en este país. No podíamos creer que estuviera grabando en nuestro
pueblo, con la plaza tan abarrotada como en los días de galopeo de las fiestas del
San Isidro de entonces.
El
chico del tío lucero llevaba una pancarta que proclamaba "VIVA DON
PACO" y nadie lo aporreó, ni le pidieron el carnet, ni lo detuvieron, a
pesar de que el muchacho no paraba de jalear. Es más, lo sacaron en la tele; para
que luego digan que con Franco no podíamos manifestarnos. Además, se ve que le
tomó gusto a las cámaras y empezó a ir a los fines de año de la Puerta del Sol,
donde no sólo tomaba las uvas, también atraía la atención de las cámaras de
televisión con otras pancartas de diferente lema, para tranquilidad de don Ruiz-Jarabo.
Quedamos
boquiabiertos viendo la llegada a Garcinarro de una persona tan insigne en lujoso coche negro
y escoltado por otros coches de similar distinción. Éste era un pueblo de
calles de tierra o de barro, dependiendo de si había llovido o no; carente de
agua corriente y el único alumbrado público consistía en alguna que otra
bombilla de no más de 60 vatios, que se esforzaban por iluminar en un par de
esquinas de la plaza, en la puerta de la iglesia, en la calle del alcalde y en la
de don Arturo; que, por cierto, también llevaba el don unido al Arturo por tener
el singular mérito de ser soberbiamente rico. Por el contrario, por aquel
entonces, nos sentíamos orgullosos de don Paco por ser, además de rico, ilustre
y nacido aquí.
Teníamos
muy presente que otros menos ilustres que él, de lugares iguales o más pequeños,
habían tirado de influencias (o de algún fondo reptiles) para pavimentar
calles, poner farolas, hacer alcantarillas y llevar el agua corriente a sus
pueblos. No suponíamos de este hombre ni más, ni menos virtud, con lo cual
sería suficiente. Ese pensamiento unánime (entonces todos los pensamientos tenían
que ser unánimes) nos mantenía expectantes a las puertas del ayuntamiento hasta
que salieron al balcón los alcaldes de Garcinarro, Mazarulleque, Jabalera, el
presidente de la diputación de Cuenca y el señor don Paco. En definitiva: las
autoridades, con las que todos, al unísono, aclamamos repetidamente: "viva don Paco".
No recuerdo si hubo palabras previas de algún edil; que si las hubo quiero imaginar que fueron como las de Pepe Isbert en el balcón del ayuntamiento de Villar del Río : —Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar.
Lo que sí recuerdo fue el discurso de don Paco que, como Manolo Morán, fue directo al grano y supo decirnos lo que esperábamos oír: —Os voy a traer el agua de donde haga falta, voy a poner farolas y a pavimentar las calles.
No recuerdo si hubo palabras previas de algún edil; que si las hubo quiero imaginar que fueron como las de Pepe Isbert en el balcón del ayuntamiento de Villar del Río : —Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar.
Lo que sí recuerdo fue el discurso de don Paco que, como Manolo Morán, fue directo al grano y supo decirnos lo que esperábamos oír: —Os voy a traer el agua de donde haga falta, voy a poner farolas y a pavimentar las calles.
Finalmente, se ofreció un piscolabis en el ayuntamiento para los hombres, como dios
mandaba; que de haber entrado mujeres se hubiera podido dar una imagen de
guateque que disgustara al generalísimo.
Dado
que todo quedó serio y solemne, se dio noticia del evento al día siguiente en
el telediario de las nueve, que era el de más audiencia. Como dijo el informativo y más tarde el BOE, los ediles de los tres pueblos vecinos
(Garcinarro, Mazarulleque y Jabalera) estuvieron de acuerdo por unanimidad en
unir sus ayuntamientos en uno, y ponerle al municipio resultante el nombre de
aquel honorable prohombre: 'Puebla de don Francisco'. De haber hecho justica a
tan señalado momento, le deberían haber puesto 'Puebla de don Paco', que
resultaba mucho más cercano, campechano y popular; pero es posible que hubiera
sido mal interpretado por los extranjeros, ahora que el turismo estaba en boga
y hasta franceses, belgas y alemanas venían a aparcar sus caravanas o plantar
sus tiendas de campaña a orillas de 'los mares de castilla', a unos pocos kilómetros
del ahora tan extenso término municipal.
A
don Paco -hombre distinguido y profeta hasta en su tierra- lo nombraron
ministro de justicia algún tiempo después. Hay quien pensó que aquella tarde de
exaltación popular tuvo su peso en este nombramiento, al ver el generalísimo lo
querido que un hombre puede ser en su pueblo. Si bien, quienes conocían al
caudillo, dicen que estaba más preocupado por mantener el equilibrio entre las
diferentes facciones del Movimiento Nacional (ejercito, clero, Falange) que por
los nombres o cualidades (que no debían faltarles) de sus ministros.
Si
don Paco se acordó alguna vez más de estos pueblos, no nos quedó constancia. Los
años corrían pero el agua todavía no; había que ir a buscarla al pozo o la plaza que estaba más cerca; aunque esta última era de peor calidad y sólo se usaba para
lavarnos o fregar. Resultó una ironía ver que venían grandes perforadoras a hacer prospecciones petrolíferas a lo largo de la
vega del río Jabalera; pero ni un sólo pinchazo para buscar el tan preciado líquido
elemento de uso doméstico. Se decía que no había agua, o que había mucha y muy
mala.
Llegaron
los días en los que don Paco dejó de ser ministro, Franco se murió, se aprobó
una constitución democrática, se celebraron varias elecciones generales y hasta
municipales. Eran años difíciles para el gobierno del país, porque se permitía
la libertad de expresión cuando la gente todavía tenía capacidad de pensar y ganas
de hablar alto y claro, aún sin saber idiomas o disponer de internet. A
principios de los 80, Juan María -vecino
querido en este pueblo- ideó un lema para las fiestas que resumía el sentir
general: "Garcinarro, poca agua y
mucho barro, ¡vaya pueblo, pero es mi pueblo!". Así que, por la hartura
(o paciencia, según se mire) de los vecinos y la insistencia del primer alcalde
de la democracia, Daniel Cantero, finalmente se logró que Garcinarro y
Mazarulleque tuvieran farolas en las calles y agua corriente en las casas.
Fueron los últimos pueblos de la provincia de Cuenca en conseguirlo; hecho que sucedió
allá por 1982, si la memoria no me falla.
En
el pueblo cada uno lo celebramos de alguna manera. Eufemio hizo una coplilla a
ritmo de jota para tan esperado momento:
¡Qué bonito es Garcinarro!
con la luz léctrica dada,
ya sólo nos falta el trénede
para parecer ciudada.
Y para que no quedara tan
corta, añadió una segunda estrofa que también hablaba de la sociedad de la
época; pero eso es otra historia.
Me parece una crónica excelente. La he descubierto con retraso, pero la aplaudo cordialmente,
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