viernes, 4 de octubre de 2013

Monaguillos de antes y de ahora

Dice la última edición del diccionario de la R.A.E. que monaguillo es "niño que ayuda a misa..." lo cual me hace pensar que estos Académicos –Reales por definición y acogidos por ende a la gracia de Dios– pueden estar a la última en lo referente a tecnología (incluyeron USB y ABS en su más reciente diccionario); pero no han debido de pisar una iglesia por lo menos desde que murió el profesor don Rafael Alvarado. En Garcinarro sabemos que los monaguillos han cambiado mucho en las últimas décadas. Aunque puedan parecer bajitos, los más, pasan de los 65.

Hoy por hoy, los "chicos" se meten a monaguillos por gusto, por vocación, por devoción; pero antes te hacían monaguillo sin quererlo ni beberlo. En mi caso, un domingo, cuando acababa de cumplir cinco años, se presentó mi padre en casa muy entusiasmado diciendo: —He hablado con don Jesús y hemos quedado en que el lunes vas a ayudarle en misa—. Así, gracias a la devoción de mi padre fui monaguillo y perdí un montón de ratos de trompo, de fútbol y de unas cuantas cosas más que eran mi verdadera vocación.

Antes, monaguillo era un oficio al fin y al cabo, y así creo que lo entendía el mismo señor cura, que sin lugar a dudas era un visionario de la política laboral y salarial. Don Jesús se anticipó a ideas que recientemente han propuesto los sindicatos como novedosas: dado que había exceso de monaguillos, repartía el trabajo en lugar de mandar al paro a los seis u ocho que sobrábamos. De ese modo, cada semana trabajaban dos e íbamos rotando. ¡Así, todos contentos!

Por otro lado, las prácticas salariales que hoy en día lleva a cabo el gobierno están claramente inspiradas en las condiciones que había establecido nuestro párroco de entonces. La paga de cada monaguillo era de un duro (cinco pesetas de antes, o sea 0,03 euros de ahora) por semana trabajada. Si faltabas a los oficios, habría que restarle a razón de una peseta por misa de domingo o festivo y dos reales (media peseta) por rosario o misa de diario. Teniendo en cuenta que la suma de esos descuentos podía llegar a las siete pesetas en una semana sin festivos, se entenderá que uno no podía ponerse malo y, así, procuraba no acercarse a nadie que tosiera o mostrara cualquier otro síntoma de enfermedad, justo como pasa hoy en día con los funcionarios. Lo que espero es que don Mario no esté anticipandose a los tiempos en cuestiones de política salarial, porque creo que a los monaguillos de ahora no les paga nada.

De todos modos, aunque el salario era bajo, luego estaban las comisiones y las propinas. Por cada entierro que asistíamos, el cura nos daba un duro de comisión y los familiares de los difuntos nos solían dar una propina adicional que alguna vez llegó a ser de hasta cinco duros por monaguillo. No tengo la menor duda de que esto debía ser pecado y por eso los monaguillos de ahora no cobran.

Si los monaguillos de ahora tuvieran esas prebendas, con tanto entierro como hay, ellos que son honrados y con la mala costumbre que tiene de gastar poco, lo ahorrarían en preferentes y lo perderían todo lícitamente. Nuestro caso era diferente, solíamos llevar siempre las faltriqueras rotas y –como era palpable– conocíamos bien el agujero y el riesgo de perder cualquier cosa que te echaras al bolsillo. Tampoco se lo dábamos a nadie para que nos lo guardara porque imaginábamos que el agujero de su faltriquera sería tan grande como el de la nuestra o más. Por eso teníamos la idea de gastarlo todo lo antes posible. Hartos de refrescos y helados, una mañana, a alguien le dio por pensar si tendríamos dinero suficiente para comprar un paquete de tabaco y lo cierto fue que juntamos 4,50 ptas entre cuatro, que nos dio para un paquete de Ideales, una caja de piedras y una mecha de mechero de los de verdad, y así fue como con cinco o seis años empezamos a fumar. Por supuesto, para los monaguillos de ahora no es lo mismo, porque a la edad que llegan a serlo ya no fuman, y si no lo invirtieran en preferentes, como mucho, se quedarían enganchados al Danacol.

El monaguillo de antes era una mezcla de lazarillo, grumete y aprendiz de brujo, que concursaba entre la supuesta misericordia de lo divino y el natural carácter del párroco, ya bastante pertrecho por los años de recia instrucción seminarista. Luego, tu padre, cuando te dejaba en manos del cura o también del maestro, empezaba y acaba sus diálogos con: "péguele usted lo que haga falta"; pero los maestros y curas no lo tomaban como una recomendación, sino como un encargo. Y si había maestros que ejercían tales prerrogativas con verdadero empeño, había curas (no digo el nuestro, que yo curas he conocido muchos) que se ejercitaban en ello como verdaderos maestros. A este respecto, debo decir que don Jesús daba los capones como nadie; con elegancia, con sonoridad y con precisión. De nada servía agacharse o tratar de esquivarlos. Había veces que repartía uno a cada monaguillo, al tiempo que nos llamaba "monolíticos", y todo eso sin acritud y sin perder la compostura él, ni nosotros el respeto. ¡Es lo que había! ¿Os imagináis, si ahora el cura le diera un capón a un monaguillo...? ¡Seguro que no sería lo mismo!

1 comentario:

  1. Buenísimo este relato, máxime cuando te sientes dentro de él, pues yo fui monaguillo en Garcinarro y con D. Jesús y careo que por la misma época, aunque a juzgar por el salario posiblemente fuera anterior, ya que nuestros honorarios eran de una peseta los domingos; eso si, los capones de D. Jesús eran de ese estilo que relatas aquí y no digamos los de D. Balbino cuando se esmeraba, aún así los recuerdo con muchísimo cariño a ellos y a todos los garcinarreros.

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