Dice la última edición
del diccionario de la R.A.E. que monaguillo es "niño que ayuda a
misa..." lo cual me hace pensar que estos Académicos –Reales por
definición y acogidos por ende a la gracia de Dios– pueden estar a la última en
lo referente a tecnología (incluyeron USB y ABS en su más reciente diccionario);
pero no han debido de pisar una iglesia por lo menos desde que murió el profesor
don Rafael Alvarado. En Garcinarro sabemos que los monaguillos han cambiado mucho
en las últimas décadas. Aunque puedan parecer bajitos, los más, pasan
de los 65.
Hoy por hoy, los "chicos" se meten a monaguillos
por gusto, por vocación, por devoción; pero antes te hacían monaguillo sin
quererlo ni beberlo. En mi caso, un domingo, cuando acababa de cumplir cinco
años, se presentó mi padre en casa muy entusiasmado diciendo: —He hablado con
don Jesús y hemos quedado en que el lunes vas a ayudarle en misa—. Así,
gracias a la devoción de mi padre fui monaguillo y perdí un montón de ratos de trompo,
de fútbol y de unas cuantas cosas más que eran mi verdadera vocación.
Antes, monaguillo era un oficio al fin y al cabo, y así creo
que lo entendía el mismo señor cura, que –sin lugar a dudas– era un visionario
de la política laboral y salarial. Don Jesús se anticipó a ideas que
recientemente han propuesto los sindicatos como novedosas: dado que había
exceso de monaguillos, repartía el trabajo en lugar de mandar al paro a los
seis u ocho que sobrábamos. De ese modo, cada semana trabajaban dos e íbamos
rotando. ¡Así, todos contentos!
Por otro lado, las prácticas salariales que hoy en día lleva
a cabo el gobierno están claramente inspiradas en las condiciones que había
establecido nuestro párroco de entonces. La paga de cada monaguillo era de un
duro (cinco pesetas de antes, o sea 0,03 euros de ahora) por semana trabajada. Si
faltabas a los oficios, habría que restarle a razón de una peseta por misa de
domingo o festivo y dos reales (media peseta) por rosario o misa de diario. Teniendo
en cuenta que la suma de esos descuentos podía llegar a las siete pesetas en
una semana sin festivos, se entenderá que uno no podía ponerse malo y, así,
procuraba no acercarse a nadie que tosiera o mostrara cualquier otro síntoma de
enfermedad, justo como pasa hoy en día con los funcionarios. Lo que espero es que
don Mario no esté anticipandose a los tiempos en cuestiones de política salarial, porque
creo que a los monaguillos de ahora no les paga nada.
De todos modos, aunque el salario era bajo, luego estaban las
comisiones y las propinas. Por cada entierro que asistíamos, el cura nos daba
un duro de comisión y los familiares de los difuntos nos solían dar una propina
adicional que alguna vez llegó a ser de hasta cinco duros por monaguillo. No
tengo la menor duda de que esto debía ser pecado y por eso los monaguillos de
ahora no cobran.
Si los monaguillos de ahora tuvieran esas prebendas, con
tanto entierro como hay, ellos que son honrados y con la mala costumbre que
tiene de gastar poco, lo ahorrarían en preferentes y lo perderían todo lícitamente.
Nuestro caso era diferente, solíamos llevar siempre las
faltriqueras rotas y –como era palpable– conocíamos bien el agujero y el riesgo
de perder cualquier cosa que te echaras al bolsillo. Tampoco se lo dábamos a
nadie para que nos lo guardara porque imaginábamos que el agujero de su
faltriquera sería tan grande como el de la nuestra o más. Por eso teníamos la
idea de gastarlo todo lo antes posible. Hartos de refrescos y helados, una mañana, a
alguien le dio por pensar si tendríamos dinero suficiente para comprar un
paquete de tabaco y lo cierto fue que juntamos 4,50 ptas entre cuatro, que nos dio
para un paquete de Ideales, una caja de piedras y una mecha de mechero
de los de verdad, y así fue como con cinco o seis años empezamos a fumar. Por
supuesto, para los monaguillos de ahora no es lo mismo, porque a la edad que
llegan a serlo ya no fuman, y si no lo invirtieran en preferentes, como mucho, se
quedarían enganchados al Danacol.
El monaguillo de antes era una mezcla de lazarillo, grumete y
aprendiz de brujo, que concursaba entre la supuesta misericordia de lo divino y
el natural carácter del párroco, ya bastante pertrecho por los años de recia
instrucción seminarista. Luego, tu padre, cuando te dejaba en manos del cura o también
del maestro, empezaba y acaba sus diálogos con: "péguele usted lo que haga
falta"; pero los maestros y curas no lo tomaban como una recomendación, sino como un encargo. Y si había maestros que ejercían tales prerrogativas con verdadero
empeño, había curas (no digo el nuestro, que yo curas he conocido muchos) que se ejercitaban en ello como verdaderos maestros. A este respecto, debo decir
que don Jesús daba los capones como nadie; con elegancia, con sonoridad y con
precisión. De nada servía agacharse o tratar de esquivarlos. Había veces que
repartía uno a cada monaguillo, al tiempo que nos llamaba
"monolíticos", y todo eso sin acritud y sin perder la compostura él,
ni nosotros el respeto. ¡Es lo que había! ¿Os imagináis, si ahora el cura le diera un capón a un
monaguillo...? ¡Seguro que no sería lo mismo!
Buenísimo este relato, máxime cuando te sientes dentro de él, pues yo fui monaguillo en Garcinarro y con D. Jesús y careo que por la misma época, aunque a juzgar por el salario posiblemente fuera anterior, ya que nuestros honorarios eran de una peseta los domingos; eso si, los capones de D. Jesús eran de ese estilo que relatas aquí y no digamos los de D. Balbino cuando se esmeraba, aún así los recuerdo con muchísimo cariño a ellos y a todos los garcinarreros.
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