En lo básico, la semana santa de
Garcinarro es poco más o menos como en todas partes. Si bien, tenemos algunas tradiciones propias que nos distinguen
de otros pueblos, también hemos importado costumbres religioso-carnavalescas para no diferenciarnos demasiado, como la de nazareno unisex. No digo que me disguste el traje de nazareno, más bien causan espanto sus orígenes (que se remontan a los albores de la inquisición, comparable en su barbarie al estado islámico de hoy), sus hechuras, la escenificación y la tamborrada durante toda la procesión, lo veo más como una ceremonia del ku klux klan que como un acto reverente, la verdad. Yo hubiera sido más partidario de la diversidad, de que cada uno vaya vestido o no vaya, como quiera; pero, puestos a importar hábitos y uniformes, sería más de la opinión de copiar el conjunto de peineta, velo y minifalda que se dan en otros lugares de España de mejor clima y religiosidad más exacerbada.
Sobre todo, en años como éste, que parece que la meteorología anima a sacar la ropa
de primavera-verano.
En Garcinarro, el culto religioso
no se exagera tanto como en otros lugares. Por ejemplo, nadie llora porque llueva
y no pueda salir la procesión de la virgen o el cristo. Más bien al contrario, muchos se alegran porque el agua de marzo o abril es generalmente muy buena para el
campo. En la últimos años ha habido una moderación, aún mayor si cabe, en los ritos religiosos. Ha ocurrido, en parte, por los recortes de personal eclesiástico, que se hacen notar cada vez más. Antes, don Jesús tenía dos pueblos: Jabalera y
Garcinarro. El cura de ahora tiene que oficiar los servicios religiosos en
cuatro: Buendía, Jabalera, Garcinarro y para colmo, Verdelpino, que está donde
cristo perdió el gorro. Así que, claro, el hombre no da abasto, tiene que alterar
los horarios normales de misas y procesiones, abreviar pláticas y restringir ceremonias, para poder dar una mínima atención a cada parroquia. Ya se sabe que a
menos personal, peor servicio, como está ocurriendo en la sanidad y en la
educación pública. Al invertir menos en culto, se está perdiendo la fe
religiosa; como, además, ha aumentado la tasa de mortalidad en los años de tijeretazo sanitario, sospecho que el infierno tiene que estar que arde. Y éste
sí que es un verdadero problema al que nos han conducido las políticas de
austeridad. Obviamente, el problema no es una particularidad de Garcinarro; se está
dando en muchos lugares de España, Grecia, Italia, Portugal e Irlanda; precisamente
en los países con más calado católico (incluido el ortodoxo). Menos mal que
aquí, en España, tenemos a Cáritas y al PP. Los primeros nos ayudarán en la
tierra y los segundos seguro que tendrán alguna mano en el infierno.
Centrándonos en las
particularidades de Garcinarro, tenemos algo original: ¡la cruz de naranjas! Los
que no sois de aquí os preguntaréis: ¿qué es eso? ¡Coño, pues venid a verlo!
La cruz de naranjas
Lo que llamamos "la cruz de
naranjas" es básicamente una fiesta de quintos que se da en la noche del
sábado al domingo de resurrección. Es una fiesta un tanto original, porque a lo
largo de la noche se fabrica una cruz de
naranjas y se cuelga en la fachada de la iglesia, a la luz de una gran hoguera
que podía tardar (en otros tiempos) varios días en consumirse. Como
no podía ser de otra manera, la fiesta se adereza con garnacha, conversación
y música, si se tercia.
Hace años, los mozos y mozas del
pueblo tenían que buscar leña durante esa noche, recorriendo el pueblo y sus
alrededores con una galera o un tractor y remolque (dependiendo de los tiempos).
¡Un enorme trajín! Hoy, esta parte –la más divertida creía yo– se ha perdido, y
es algún padre o algún tío ("primos" al fin y al cabo) quienes, en la mañana
anterior a la fiesta, acompañados de los quintos y quintas de hogaño, se
encargan de hacer el acopio necesario para alimentar el fuego.
Realizar la cruz de naranjas no es
tarea fácil; pero contamos con Mariano, "el quinto eterno", un
maestro del oficio, que aunque presume de no haber leído ningún papel desde que
dejara la escuela de don Balbino (y ya hace lo menos medio siglo) lleva hechas cerca de 45 cruces, ayudado por otros chavales de las quintas de los 60' - 70'. Así
que, este buen hombre no necesita papeles para entrar en el cielo. ¡Y no creo que quiera ir a Melilla!
La cruz se monta sobre un armazón
de madera que van forrando de ramas verdes de olivo, sujetas con cuerda. En el frente del armazón,
sobre el forro de olivo, se ponen dos ristras de naranjas que han sido
ensartadas con un cordel de algodón o de cáñamo. El resultado final es
espectacular, con el contraste de
colores del olivo y la naranja resplandeciendo a la luz de las llamas.
En definitiva, una fiesta muy
bonita de la que muchos nos preguntamos por su origen.
Las fiestas de quintos surgieron a
lo largo del siglo XIX, cuando se implantó el servicio militar obligatorio. Es
de suponer, que la cruz de naranjas se remonta a esa época. Los comienzos de la
fiesta puede que tuvieran un significado muy diferente a lo que supone hoy en
día; pues la implantación del servicio militar obligatorio fue un verdadero
drama para la gente más desfavorecida, especialmente, de las áreas rurales. Su larga duración (8-12 años en el siglo XIX), las especial dureza
de éste, la alta posibilidad de morir debido a las continuas guerras en las que estaba enfrascado el Estado (guerras de Cuba y Marruecos), sin ningún tipo de sueldo o de indemnización
para las familias, hacían de este servicio un impuesto muy jodido de soportar
para las familias más humildes. Andrés Sánchez del Real, en su libro Abajo las quintas (edición de 1869) describía
el primer domingo de abril, el día del sorteo, "como un día terrible de
luto para España", donde "el rico pagaba con su dinero, el pobre con
su cuerpo". La sabiduría popular lo
expresaba con refranes como: "Hijo quinto sorteado, hijo muerto y no enterrado". Había que hacer algo. El Estado empezó a difundir ideales patrióticos, que hasta entonces no existían
entre la población, como la idea del deber cívico con la patria, el honor de
realizar el servicio militar e, incluso, de morir por la patria. No obstante la
realidad social era otra, pues las familias y los propios jóvenes afectados
hacían todo lo posible de manera legal (pago a sustitutos, redenciones en
metálico) o ilegal (mutilaciones, deserciones) para evitar esa prestación a la
patria. Las formas legales de evitar el servicio militar solo eran posibles
para las familias con recursos, mientras que las familias corrientes tenían
que optar por soluciones más dramáticas, llegando a revueltas populares como la
de "la semana trágica de Barcelona" en 1909, por la llamada a filas de los reservistas.
Según algunos sociólogos, las fiestas de quintos suponían una
contestación más o menos frontal al servicio militar; pero, además cumplía
otras funciones como rito de masculinidad o de exaltación de integración social.
Al igual que en muchos otros rituales festivos, se dan elementos paradójicos de
obligación-libertad, obediencia-desobediencia, querer-no querer. Un proceso catártico
de liberación puesto que por primera vez el joven experimentaba ciertas 'libertades' (fumar y beber) y comportamientos que en otros momentos serían impensables... En
fin, todo esto no lo digo yo, lo dice Fidel Molina en su tesis
"Quintas y servicio militar".
Lo que yo me pregunto es ¿por qué coño usaron naranjas?
Esta época del año es sumamente importante, une a las familias y nos trae un montón de fiestas y desfiles.
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